Por entonces, a finales del siglo XIX, en torno al año 1900, era cuando mi abuelo León tañía la dulzaina. Su hermano Marcelo lo acompañaba con el tamboril, y así, solteros y llenos de alegría y juventud, tocaban en el pueblo y alrededores en ocasiones festivas, como bodas, bautizos, bailes y demás acontecimientos.
Su hermana Ángela les cantaba las canciones, y de esta manera las aprendían e iban ampliando el repertorio (a su vez desconozco cómo aprendía su hermana las nuevas canciones). Para los que han conocido a los "Jatas", podrían ser algo similar.
Cuando yo nací, mi abuelo tenía ya 68 años, así que nunca le escuché tocar, porque es una afición que dejó al casarse; además a la dulzaina que estaba en casa le faltaba la boquilla, así que aunque la cogía de vez en cuando, no podía tocarla. Ahora es más sencillo encontrar repuestos, pero en aquél momento en que yo era una niña, no tenía medios para conseguir otra boquilla.
Una anécdota graciosa, es que una vez que fueron a tocar a una boda, pues entonces las bodas se celebraban en casa, el dulzainero y el tamborilero, seguramente acompañados de otros amiguetes, se comieron todo el postre del banquete, arroz con leche, de manera que cuando fueron a servirlo se encontraron los recipientes vacíos. ¡Trastadas de chicos!.
La dulzaina de mi abuelo tal y como se conserva en la actualidad. Una característica de la dulzaina castellana, que la diferencia de las de otras zonas de España, es la de tener llaves en los agujeros
Funda de cuero donde se guarda la dulzaina